Que Gabo es el más insigne escritor colombiano y por supuesto nuestro premio único premio Nobel, si lo sé, que es un notable pensador y el revolucionario del “realismo mágico”, aja también lo he escuchado. A pesar de todo y de un millón de elogios más para tal personaje, no me gusta Gabo ni sus libros.
En el colegio me toco mamarme engendros como “100 años de soledad” y “El Coronel no tiene quien le escriba”, suficiente castigo; y es que a pesar de los comentarios elogiosos de los intelectualoides colombianos que abundan en masas alarmantes, Gabo no me llega.
Al igual que muchos, yo viví la niñez en los 80, y sobreviví y supere la adolescencia en los 90, dentro una ciudad con muchas identidades como lo es Bogotá. Creo que mi generación, y las posteriores, nos sentimos más cerca del pavimento, el sexo, el narcotráfico, los secuestros, el cine americano y el Internet; que de los paisajes macondianos, la espera del ferry que trae el correo, o los prostíbulos de García Márquez.
Mientras Gabo vive y relata su fantasía, en el mundo light verdadero nos repartíamos entre los vallenatos pop de Carlos Vives y los mensajes fatalistas de Kurt Cobain, entre los rezagos que nos llegaban del cyberpunk gringo al estilo Bruce Sterling y la afamada Generación X que nunca nadie supo definir a ciencia cierta.
Y claro, desde de niño las noticias eran la masacre de Pozzeto, la aparición del SIDA, la toma del Palacio de Justicia, la guerra de carteles, la captura de Carlos Ledher y otros hechos similares. Conforme corrían los años, las cosas no fueron muy diferentes más violencia, más políticos de pacotilla, atraparon a Escobar, las regalías petroleras perdidas en las arcas de los corruptos, el blow job de la Lewinsky, Fujimori, Chavez y otros célebres hechos y personajes; y si el tema era hablar de guerras ahí teníamos el Golfo Pérsico, la invasión a Panamá, Afganistán o Irak. Mientras tanto el mundo de los yunkies evolucionaba de la marihuana hippie, al crack, a la heroína, y hoy en día al éxtasis y las decenas de drogas sintéticas.
Por eso digan lo que digan, no me llega Gabo. Me llega la literatura urbana y real, donde los amores complejos y el perdón son más creíbles rodeados de pavimento y de esa extraña atmósfera en donde sabemos lo que nos rodea pero nos importa un bledo, y en donde el lenguaje es más nuestro, más diario y no el coloquialismo falso que intenta García Márquez.
Me quedo con Efraim Medina, Mario Mendoza, Juan Manuel Roca, Jorge Franco y todos esos otros benevolentes contemporáneos que han sabido representar lo que vive y capta la generación urbana.
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domingo, 2 de marzo de 2008
Por qué no me gusta Gabo
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